Mañana de
gloria y nubes
El tiempo concede un respiro al Santo Entierro y le
permite celebrar el Domingo de Resurrección
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J. A. G.
El mal tiempo le hizo un hueco
matinal en su agenda al Domingo de Gloria. Densos
nubarrones encapotaban el cielo, pero cuando llegó el
momento culmen de la procesión, el sol abrió un espacio
en el informe y negruzco tapiz gaseoso para centellear
ligeramente. Las mañanas del Domingo de Resurrección
-debe de ser una casualidad ajena a cualquier
simbolismo- siempre resultan beneficiadas de una cierta
benevolencia climática, aunque los techos amenacen
lluvia, truenos y relámpagos. |
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La Cofradía del Santo Entierro,
titular de la procesión, tuvo un respiro tras la fallida
puesta en escena del desfile magno del Viernes Santo.
Ayer, tras la Misa de Gloria decidió continuar con el
desfile y pudo completar el recorrido hasta la plaza de
San Francisco primero y hasta la Ermita de La Soledad.
A la una menos cuarto del mediodía Cristo Resucitado
hacía un alto en Gonzalo Silvela. Cuatro cargadoras
portaban el paso y descansaban de la subida desde la
Ermita. La imagen, una obra contemporánea (1950)
confeccionada en los talleres madrileños Calderot,
miraba sereno al cielo.
Tardó más la Virgen de las Angustias, ataviada de negro
y bajo palio con dosel blanco, en encaminarse a la Plaza
Mayor. Llegó escoltada por los cofrades y por las bandas
de cornetas y tambores y municipal.
Este año en la Plaza Mayor había más espacio. Tanto que
el público parecía sensiblemente menor al de otros
Domingos de Resurrección. El desmantelamiento del
pequeño jardín circular que constituía el epicentro de
la plaza hacía más evidente la diferencia cuantitativa.
No tuvieron problemas los cargadores ni las comitivas en
cubrir los noventa grados de recorrido hasta que se
produce la ceremonia del encuentro, cara a cara la
Virgen de las Angustias con Cristo Resucitado.
Como siempre, los cargadores de la Virgen estremecieron
el palio de Las Angustias con tres sobresaltos
ligeramente espaciados. El público los contó en voz
alta. Luego el manto negro de la Virgen dejó al desnudo
otro blanco ricamente bordado y sonó el himno nacional.
«Desde que era niño no me ha dejado de emocionar»,
confesó un benaventano al concluir la procesión. Otros
tantos lo debieron pensar, a pesar de la especial
estridencia de cinco minutos ininterrumpidos de cohetes
chinos lanzados desde la iglesia de San Juan. «Son
inofensivo», explicó tranquilizador un miembro de la
Junta Pro Semana Santa a un cofrade.
Tampoco debió ser un simbolismo buscado, pero cuando
explotaron a media altura, sobre el tejado de la Casa
Consistorial en restauración, una docena de palomas
tordas y grisáceas como el cielo emprendieron un vuelo
oblícuo y ascendente. «No las había blancas», explicó el
mismo directivo, induciendo a pensar que de la paz no
debía quedar ninguna. El caso es que la docena de aves
supuso un desembolso de dieciocho euros. «Ya no hay
quien las regale. Ahora se venden y blancas no había»,
insistió.
Superado el impás cohetero, las comitivas se dispusieron
para salir de la Plaza Mayor con dirección a General
Aranda y, seguidamente hacia Gonzalo Silvela. En la
Plaza de San Francisco, donde están los Juzgados y la
Junta Electoral de Zona, significativamente tranquila,
una hermana del asilo se asomaba desde el zaguán del
Hospital de la Piedad para ver bajar la procesión hacia
la Ermita. La amenaza de lluvia se contuvo hasta una
hora después. |
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