HEMEROTECA

21 de abril de 2003


Mañana de gloria y nubes
El tiempo concede un respiro al Santo Entierro y le permite celebrar el Domingo de Resurrección


J. A. G.
El mal tiempo le hizo un hueco matinal en su agenda al Domingo de Gloria. Densos nubarrones encapotaban el cielo, pero cuando llegó el momento culmen de la procesión, el sol abrió un espacio en el informe y negruzco tapiz gaseoso para centellear ligeramente. Las mañanas del Domingo de Resurrección -debe de ser una casualidad ajena a cualquier simbolismo- siempre resultan beneficiadas de una cierta benevolencia climática, aunque los techos amenacen lluvia, truenos y relámpagos.

La Cofradía del Santo Entierro, titular de la procesión, tuvo un respiro tras la fallida puesta en escena del desfile magno del Viernes Santo. Ayer, tras la Misa de Gloria decidió continuar con el desfile y pudo completar el recorrido hasta la plaza de San Francisco primero y hasta la Ermita de La Soledad.
A la una menos cuarto del mediodía Cristo Resucitado hacía un alto en Gonzalo Silvela. Cuatro cargadoras portaban el paso y descansaban de la subida desde la Ermita. La imagen, una obra contemporánea (1950) confeccionada en los talleres madrileños Calderot, miraba sereno al cielo.
Tardó más la Virgen de las Angustias, ataviada de negro y bajo palio con dosel blanco, en encaminarse a la Plaza Mayor. Llegó escoltada por los cofrades y por las bandas de cornetas y tambores y municipal.
Este año en la Plaza Mayor había más espacio. Tanto que el público parecía sensiblemente menor al de otros Domingos de Resurrección. El desmantelamiento del pequeño jardín circular que constituía el epicentro de la plaza hacía más evidente la diferencia cuantitativa. No tuvieron problemas los cargadores ni las comitivas en cubrir los noventa grados de recorrido hasta que se produce la ceremonia del encuentro, cara a cara la Virgen de las Angustias con Cristo Resucitado.
Como siempre, los cargadores de la Virgen estremecieron el palio de Las Angustias con tres sobresaltos ligeramente espaciados. El público los contó en voz alta. Luego el manto negro de la Virgen dejó al desnudo otro blanco ricamente bordado y sonó el himno nacional.
«Desde que era niño no me ha dejado de emocionar», confesó un benaventano al concluir la procesión. Otros tantos lo debieron pensar, a pesar de la especial estridencia de cinco minutos ininterrumpidos de cohetes chinos lanzados desde la iglesia de San Juan. «Son inofensivo», explicó tranquilizador un miembro de la Junta Pro Semana Santa a un cofrade.
Tampoco debió ser un simbolismo buscado, pero cuando explotaron a media altura, sobre el tejado de la Casa Consistorial en restauración, una docena de palomas tordas y grisáceas como el cielo emprendieron un vuelo oblícuo y ascendente. «No las había blancas», explicó el mismo directivo, induciendo a pensar que de la paz no debía quedar ninguna. El caso es que la docena de aves supuso un desembolso de dieciocho euros. «Ya no hay quien las regale. Ahora se venden y blancas no había», insistió.
Superado el impás cohetero, las comitivas se dispusieron para salir de la Plaza Mayor con dirección a General Aranda y, seguidamente hacia Gonzalo Silvela. En la Plaza de San Francisco, donde están los Juzgados y la Junta Electoral de Zona, significativamente tranquila, una hermana del asilo se asomaba desde el zaguán del Hospital de la Piedad para ver bajar la procesión hacia la Ermita. La amenaza de lluvia se contuvo hasta una hora después.