No puedo olvidar
la llegada de la Semana Santa donde las emisoras de radio sonaban
con música sacra, los niños jugaban con las carracas y las calles
por donde iba a pasar la procesión con los balcones de sus casas
engalanados con sábanas blancas y la imagen del Corazón de Jesús. No
olvido la Semana Santa de mi pueblo, en la que el Jueves Santo iba
con mi padre (don Agustín, aquel maestro de las escuelas de Santa
Clara) a recorrer todas las estaciones por aquellas iglesias como
eran Santa María, San Nicolás, San Andrés, Renueva, Convento de las
Bernardas, etc.
Recuerdo que aquellos cofrades del Santo Entierro esperaban fuera de
la iglesia, en fila de dos con los alcaldes caballeros y presidente
al final de las filas presidiendo el cortejo, esperando a que su
cofradía hermana de la Santa Vera Cruz saliera de la iglesia para
poder entrar a rezar sus estaciones con un gran respeto y humildad. |
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Recuerdo la
procesión del Viernes Santo, llamada por aquel entonces del Santo
Entierro, y no "magna", donde los cofrades del Santo Entierro eran
escasos y las filas estaban formadas por unos ciudadanos cantando el
"Perdona a tu pueblo" y un miserere popular, bajando por mi calle,
la de Zamora, donde me impresionaba aquel paso del Calvario portado
por la raza gitana. Y detrás de él, con farolillos en sus manos,
vestidos todos de negro, todo un pueblo gitano, y cerrando el
cortejo un gran sacerdote llamado don Eustaquio, que me
impresionaba. Continuaba la procesión por la calle de Cervantes,
hasta General Mola, esquina con Correos, donde bajaba hacia la
ermita de la Soledad. Recuerdo la procesión de Resurrección. Yo
esperaba en la puerta de la iglesia de San Nicolás, próxima a mi
casa, de donde salía el Resucitado, y veía como venían por la calle
de la Rúa, una urna de cristales sin Cristo llena de guirnaldas y
cintas portadas por los niños de las parroquias y detrás de ella la
imagen de las Angustias, toda de negro, camino de la Plaza Mayor. La
plaza abarrotada de público como si algo muy importante fuera a
suceder allí. Y ya lo creo que era importante, era la resurrección
de todos los cristianos, y no terminaba con ello, sino que desde los
balcones del Ayuntamiento se daba el sermón del Aleluya, y nunca
mejor dicho. ¡Qué sermón era para los niños que nos encontrábamos
allí!. Hasta que de nuevo comenzaba la procesión camino de la ermita
de la Soledad. Me refrescan mi memoria y se advierte que el tiempo
no hace mella en la sangre. Es esta una sensación que sólo
experimentan quienes tiene el alma cubierta de nostalgia. Es igual
cada año; cada Semana Santa es el mismo escozor, el mismo anhelo de
volver a sentir el aire limpio que levantan los trajes nazarenos; de
encontrar las miradas suplicantes de la madre afligida que va en pos
de ese hijo camino del Calvario. Ahora es otro momento. La
realidad, acaso no parezca con la celebración de esta Semana de
Pasión. Mi Semana Santa es conservar todo aquello que heredamos
de nuestros mayores, conservar nuestras tradiciones, restaurar
nuestra imaginería y dar a conocer el sentir de un pueblo fuera de
nuestros límites. Pero no os alarméis si os digo que de nada
servirán estos pasos si no nos hicieran pensar que nunca Jesús fue
tan real. Que nunca su mensaje de amor ha sido repetido por tantos
discípulos y nunca su Resurrección ha tenido tanto sentido. Mi
preocupación es el instante, el agobio, el temor al fracaso, el
esfuerzo por ser reconocido en esta sociedad que nos devora. Y dejo
la piel en el empeño. Es mi cruz, pienso, y puede que que sea
cierto, que la cruz sea, al final, un símbolo por el que todos somos
redimidos y en el que de alguna manera hacemos entrega de nuestros
actos.
José María
Esguevillas
Presidente de la Junta Pro-Semana Santa de Benavente - 2003 |